Por Javier Fernández Jiménez. Relato corto. Oviedo, 2023.
El Poeta no pudo evitar un estremecimiento al ver aquel lugar, aquella corrala nacida de la vida natural de la ciudad. Allí se palpaba verdad, olía a verdad, sonaba verdad. Casi se podía notar la humedad de la laguna desecada cubo a cubo que había desaparecido bajo los cimientos de madera que sustentaban cuanto le rodeaba.
Se dio la vuelta y sonrió al imaginar aquella plaza repleta de sillas de madera, de gente con ganas de disfrutar, de gritos, sonrisas, lamentos, empujones y vítores. Esa ciudad gris y neblinosa ansiaba Cultura y Teatro, lo hacían todas. Miró a sus compañeros de viaje y supo que iban a vivir una noche especial. Se alegró de estar allí, de poder sentir un momento como ese. Se sintió un gigante a punto de crecer, aunque como le ocurría en tantas ocasiones, su pasión se vio desbordada por una oleada de dudas y melodramas propios. Vivía en un país de blancos y negros, un país que él quería colorear con todos los tonos posibles. Lo intentaba con todas sus fuerzas, aunque no era una misión fácil. Allí, ese día, en ese momento, el color iba a teñir toda una ciudad, la mismísima ciudad vieja de la que habló uno de sus habitantes más ilustres.
No podía saber que él, muchos años después, sería recordado por personas de todo el mundo en ese preciso lugar, en ese preciso instante. Aquella corrala al aire libre habría cambiado mucho entonces… pero él y su recuerdo quedarían impregnados para siempre entre las columnas, balcones y paredes del que para sí mismo era desde ya el escenario urbano más importante de España. La inmortalidad, aunque eso aún no lo sabía, se teje con instantes como aquel en lugares como ese, en momentos que nadie ha previsto pero que terminan convertidos en historia pura de una época y de una ciudad. Sin saber por qué soltó una carcajada, de pronto se había sentido henchido y feliz, completo, gigante.
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