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Foto del escritorEscritores de Navalcanero

Lluvia de diamantes

Actualizado: 1 ago 2023

Por Daniel del Amo. Navalcarnero, 2018. Relato corto.



Abro los ojos, pero no veo nada, una espesa oscuridad me rodea. Escucho quieto, pero no llega sonido alguno a mis oídos, solo percibo el opresivo silencio que parece generado por la mismísima oscuridad, un silencio que parece un sonido en sí mismo.


«Tranquilo soldado», pienso tratando de tomar el control de la desazón que me recorre por dentro y que amenaza con tomar el control de mis acciones.


Cierro de nuevo los ojos y respiro varias veces antes de volver a abrirlos, convierto la ansiedad en determinación, me centro en mí. No me duele nada, de hecho, me siento perfecto. Pruebo a levantar uno de mis brazos y palpo lo que me rodea con cuidado, suelo liso y duro, la otra mano percibe lo mismo.


Me coloco de rodillas ocupando el mismo espacio que cuando estaba tumbado, no puedo saber si a escasos centímetros hay un agujero. Por alguna razón lo primero que me ha venido a la cabeza al despertar ha sido “EL POZO Y EL PÉNDULO” de Poe. Abro más los brazos y palpo en círculos cada vez más grandes, dibujando en mi mente un mapa del recorrido con facilidad, pero sé que necesito hitos para que esto tenga sentido y no termino de encontrarlos.


Habrán pasado unos veinte minutos, y, por fin, toco algo con la punta de los dedos. Apoyo las manos y las voy levantando conforme recorro lo que parece una pared, lisa y firme, hasta poder ponerme de pie. Doy un pequeño salto tratando de saber la altura del cubículo sin éxito, pero me sorprendo de lo bien que me encuentro, incluso el pequeño y molesto dolor de mi rodilla derecha parece haber desaparecido.


Me llevo la mano a la rodilla y rápidamente encuentro la larga cicatriz horizontal que la cubre de corva a corva. Noto también la desagradable sensación de remover agujas bajo la piel al apretarla, aunque es molesto, me sirve para anclarme en este mundo de oscuridad que cada vez me parece más irreal. Decido tomarme un momento y me siento, apoyado contra la pared, posición que me ofrece cierta sensación de seguridad.


Me centro en los recuerdos, cierro los ojos inconscientemente, como si esto pudiera ayudarme, y trato de recordar cómo he llegado aquí.


Luces de colores vivos fluctúan en mi mente, reflejándose en los muros que los recuerdos traen a mi cabeza junto a un calor acuciante. Preciosas formas fluctuantes que dibujan caprichosas cabriolas en las paredes, reboleando y mezclándose los rojos con las naranjas hasta el amarillo pálido. Mi mujer tumbada junto a mí, con la cabeza sobre mis piernas cruzadas, mirando con sus ojos marrones y sus kilométricas pestañas. Recuerdo que me sonríe y me dice algo, pero no me llega el sonido, solo veo el movimiento de sus labios donde leo su mensaje.


― Te quiero mi amor. Me encanta lo que hemos construido juntos, no cambiaría nada de nuestra vida. ― Mi mente rellena el silencio con el timbre de su voz, y recojo con mis dedos las dos lágrimas que caen a ambos lados de sus ojos.


La beso, la quiero, la quiero mucho. Recuerdo en un flash la primera vez que la vi, subida al coche de su hermana que la acercó al lugar donde habíamos quedado después de varios años sin vernos. La vida nos juntó, nos dio una oportunidad después de haber sufrido cada uno por nuestro lado, y aprovechamos el momento.


Recuerdo responderla después de besarla, y mirar juntos después los juegos de luces reflejados en el feo hormigón del techo. Recuerdo que un brusco a mi derecha atrajo mi atención, no alcanzo a ver qué ocurre, pero sí cómo una lluvia de diamantes se eleva por encima nuestra reflejando las luces de colores convirtiéndose en estrellas bajo un cielo en llamas. Le digo algo apoyado contra la pared y una sonrisa escapa de su boca.


Vuelvo en mí por un momento, de nuevo la oscuridad, pero ahora siento la soledad.


― ¡Alicia! ― grito en la penumbra con la esperanza de su respuesta ― ¡Alicia!


Nadie responde y pierdo el control, me coloco de rodillas y vuelvo a tantear a mi alrededor buscando a mi mujer. Algo en mi mente me acuchilla con urgencia, buscando que le haga caso, pero estoy cegado, solo quiero encontrar a mi mujer.


― ¡Alicia! ― chillo de nuevo, babeando y llorando. Algo no funciona, mi mente ha dejado de ser un bloque frío para convertirse en gelatina aterrorizada.


Nadie responde, me siento solo en la oscuridad, me duele la cabeza y el maldito recuerdo me sigue acuchillando sin clemencia. No quiero dejarle entrar, tengo miedo de lo que me cuente, sé que no quiero recordarlo, pero él se abre paso y caigo de rodillas mientras las imágenes acuden a mi mente.


Las luces, el calor, las estrellas y el beso, todo pasa a gran velocidad, retrocediendo a cámara rápida. Cierro los ojos, los aprieto, quiero cerrar mi mente.


― No por favor, noooo ― toso mientras lloro, el dolor que siento en el pecho es atroz.


El despiadado recuerdo continúa escarbando en mi mente sin piedad, retrocediendo hacia un lugar al que sé que no quiero ir.


Mi mujer se aleja de mí, con la cabeza de nuevo sobre el suelo. No, me alejo yo hasta ponerme de pie, ella está quieta buscándome con la mirada, me giro y caigo de rodillas de nuevo mirando el coche en llamas que tengo delante. Decenas de lágrimas recorren mi rostro, estoy roto por dentro y sangrando por decenas de cortes en todo mi cuerpo, a la par que mis brazos duelen hasta un límite insoportable.


Me levanto y me acerco al coche en llamas a gran velocidad, golpeo un cristal inexistente con una piedra que no se muy bien de dónde he cogido, y una llamarada cubre mis manos, llevándose las heridas con ellas mientras centenares de cristales se elevan y unen para reconstruir la luna del coche.


Dentro veo una silla de coche envuelta en llamas, mi corazón se rompe de nuevo, sangrando bilis que me abrasa. Ahora mi fijo, seguramente la primera vez no pude, que la silla está vacía. Mi corazón se calma, la esperanza me invade, la historia avanza.


Rotura de cristales, abrasión de mis brazos, me alejo y me arrodillo para llorar, le he fallado, me giro y veo a Alicia que me sonríe rota en el suelo. Me acerco y coloco con cuidado su cabeza sobre mis piernas, veo sus heridas y sé que la pierdo. Mi alma no puede sufrir ya más. El fuego del accidente múltiple ilumina el techo cuando un nuevo choque se estrella a gran velocidad contra nuestro coche, saltando sobre él girando en el aire.


La enorme mole de hierro se nos viene encima, pero yo solo puedo mirar los cristales. Me parece un final épico para alguien que se lo merece.


― Una lluvia de diamantes para ti, mi amor.


Me pongo de rodillas de nuevo rodeado por la oscuridad, y con la sensación de soledad más inmensa jamás sentida por alguien en el pecho. Pero, por alguna extraña razón, me siento en paz.


Frente a mí, una luz blanca y prístina se abre en la distancia, un círculo perfecto, donde dos figuras se recortan con claridad.


Me levanto despacio y camino hacia la luz.

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